El pensamiento de Alberto Benegas Lynch (h) sobre el individualismo y el colectivismo es una invitación a reflexionar sobre las bases de la libertad y la dignidad humana. En sus palabras, “El individualismo abre paso a notables prodigios en un clima donde se desarrolla al máximo la energía creadora en libertad. En cambio, el colectivismo es la aniquilación del individuo y la glorificación de la masa sin rostro ni personalidad”.
Este enfoque contundente no solo resalta las virtudes del individualismo, sino que denuncia con firmeza los peligros inherentes al colectivismo, alineándose con una tradición intelectual que valora al ser humano como centro de la acción y la cooperación.
Como bien puntualiza Robert Nozick en Anarchy, State, and Utopia, no existe una entidad llamada “el bien social”; más bien, es el individuo quien piensa, siente y actúa. Este principio, que Benegas Lynch hace suyo, pone de relieve que toda acción y decisión social es producto de personas reales, no de abstracciones colectivas. En este sentido, es crucial evitar el error conceptual de atribuir características humanas a conceptos sociales, como si fueran entidades con vida propia.
Un ejemplo histórico que refuerza esta perspectiva se encuentra en los planteamientos de la Escuela Escocesa, particularmente en Adam Smith y Adam Ferguson. Ellos subrayaron cómo en una sociedad abierta, los individuos, al perseguir su propio interés, generan beneficios mutuos. En palabras de Benegas Lynch, “en libertad, las relaciones sociales se basan en la necesidad de satisfacer al prójimo como condición para mejorar la propia situación”. Este principio se manifiesta desde las interacciones más cotidianas hasta los sistemas económicos más complejos, donde la división del trabajo y la cooperación son fundamentales para la prosperidad.
Uno de los aportes más relevantes de este análisis es la afirmación de que el interés personal es intrínseco a la condición humana. Benegas Lynch lo presenta de forma clara: desde los actos más sublimes hasta los más ruines, todas las acciones humanas responden a valores y preferencias individuales. Este reconocimiento no implica justificar actos contrarios a los derechos de terceros, sino subrayar que los marcos institucionales de una sociedad libre deben minimizar el fraude y la violencia, fomentando así relaciones contractuales libres y voluntarias.
En contraste, el colectivismo, como señala Benegas Lynch, bloquea y restringe estas interacciones. Pretender regimentar la vida social bajo un paradigma colectivo ignora la dispersión del conocimiento entre millones de personas y concentra la ignorancia, con consecuencias desastrosas. El ejemplo paradigmático que aporta es el colapso del Muro de Berlín, resultado de la eliminación de la propiedad privada y la consiguiente imposibilidad de coordinar recursos a través de precios libres. Sin precios que reflejen estructuras valorativas, se obstaculiza la evaluación de proyectos, la contabilidad y la adecuada asignación del capital.
Además, Benegas Lynch retoma la idea de “la tragedia de los comunes”, formulada por Garrett Hardin, para explicar cómo el colectivismo degrada los bienes compartidos al eliminar el sentido de responsabilidad individual. En un entorno donde “lo que es de todos no es de nadie”, desaparece el respeto y se fomenta la manipulación de las personas como piezas amorfas, despojadas de su dignidad.
El individualismo, por el contrario, no solo defiende la autonomía del individuo, sino que abre las puertas a la cooperación más amplia y fructífera. Benegas Lynch menciona ejemplos como el mercado, el lenguaje y las obras artísticas colaborativas, mostrando cómo estas manifestaciones dependen de la consideración y satisfacción de los individuos. En este punto, la referencia a George Steiner en Gramáticas de la creación resulta particularmente ilustrativa: “La historia del arte nos enseña que en muchas pinturas han trabajado varias manos…”, un testimonio de cómo las grandes creaciones humanas son fruto de la cooperación individual.
Finalmente, Benegas Lynch cierra su reflexión reafirmando que “individualismo y colectivismo son términos mutuamente excluyentes”. Mientras el primero exalta la dignidad y el respeto recíproco, el segundo aniquila la noción misma de persona, sustituyéndola por una masa uniforme y manipulable. Esta idea se enlaza con las críticas de Nozick y Arnold Toynbee, quienes advierten contra la instrumentalización del ser humano para fines ajenos a su propia voluntad.
En conclusión, el individualismo, lejos de ser una mera exaltación del ego, es el marco que permite la más rica colaboración humana, sustentada en el respeto a la dignidad personal. Al citar y analizar las ideas de Benegas Lynch, Nozick, y otros pensadores afines, es posible apreciar con mayor profundidad cómo la libertad individual es el fundamento de una sociedad verdaderamente próspera y justa.