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El Quijote como antídoto contra la cultura de la victimización

En el mundo contemporáneo, abundan voces que presentan la vida humana como una suma de agravios: cada dificultad se convierte en herida, cada tropiezo en identidad. La cultura de la victimización se sostiene en la idea de que el individuo es sobre todo producto de fuerzas externas, sin capacidad de agencia. Frente a este clima, Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes ofrece un correctivo necesario. El caballero andante fracasa en casi todas sus empresas, pero nunca se instala en la queja. No se define por lo que sufre, sino por cómo responde.

La dignidad de saberse libre

Desde sus primeras aventuras, el hidalgo insiste en afirmar: “Yo sé quién soy.” Esa frase, aparentemente simple, encierra el núcleo de la dignidad humana. Don Quijote no se deja determinar por las burlas ni por las derrotas. Su identidad no depende de los juicios ajenos, sino de su fidelidad a un ideal.

En el capítulo LVIII, dirigiéndose a Sancho, declara: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos…”. La libertad no es solo un derecho, sino también un riesgo: quien actúa con libertad debe estar dispuesto a equivocarse. Cervantes nos recuerda que la dignidad consiste en asumir responsabilidad incluso en medio del fracaso, mientras que la victimización convierte al sujeto en prisionero de su herida.

En este sentido, Borges vio en el Quijote una afirmación de la libertad interior. En una conferencia de 1955 declaró: “Cada hombre es dos hombres, y el verdadero es el que se atreve a soñar. Don Quijote es ese hombre.” Para Borges, la locura del hidalgo no era una enfermedad, sino un modo de mantener la dignidad frente a la mediocridad del mundo.

Acción frente a la pasividad

El Quijote no permanece en la contemplación ni en la queja. Actúa. Cuando libera a los galeotes, lo hace porque cree que ningún hombre merece la esclavitud. Su decisión es imprudente y termina mal, pero revela una enseñanza: más vale errar actuando con sentido de justicia que paralizarse esperando compasión.

En esta línea, el filósofo Américo Castro vio en Cervantes “un esfuerzo por mostrar que la vida se hace y rehace constantemente en el riesgo de la acción”. La queja, en cambio, petrifica. El Quijote, aunque derrotado, es dinámico; el victimismo, aunque cómodo, es estéril.

Borges coincidía con esta visión de la acción como esencia del caballero: “La derrota tiene una dignidad que la victoria ignora.” Esa frase, repetida en entrevistas, sintetiza el valor que otorgaba a Don Quijote como héroe que actúa aun sabiendo que perderá.

El poder pedagógico de la risa

La risa ocupa un lugar central en la obra. Nos reímos de Don Quijote, pero esa risa nos obliga a mirarnos a nosotros mismos. No hay burla cruel en Cervantes, sino ironía liberadora. Al ridiculizar los excesos del caballero, el autor enseña al lector a relativizar sus propias pretensiones y heridas.

Unamuno lo expresó con fuerza en Vida de Don Quijote y Sancho: “El caballero nos enseña que la derrota solo es verdadera si nos resignamos a ella.” La risa, entonces, no hunde al protagonista: lo eleva. Su fracaso repetido se convierte en una lección de resiliencia. Quien sabe reírse de sí mismo desactiva el veneno del resentimiento.

La derrota como escuela

En el universo de Cervantes, el fracaso es parte inevitable de la condición humana. Pero lo decisivo no es la caída, sino la manera de levantarse. Don Quijote encarna esta pedagogía: su vida es una cadena de tropiezos, y sin embargo cada tropiezo abre un nuevo camino.

Cuando afirma que “el andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos”, señala que la madurez nace del contacto con la realidad, incluso con sus golpes. A diferencia de la mentalidad victimista, que transforma el dolor en identidad, Cervantes muestra que el dolor puede transformarse en sabiduría.

Ideal y realidad: el diálogo con Sancho

La pareja que forman Don Quijote y Sancho Panza es quizá la enseñanza más clara de la novela. El caballero representa el ideal, la aspiración a lo noble y lo justo; Sancho, el realismo del sentido común. No son enemigos, sino complementos. El ideal sin realidad se convierte en locura; la realidad sin ideal se reduce a rutina.

Cuando Sancho gobierna la Ínsula Barataria, pone a prueba lo aprendido de su amo. Allí descubre que el poder requiere discernimiento y justicia, no solo astucia. Así, Cervantes enseña que los ideales inspiran, pero necesitan de la realidad para no volverse delirio.

Sobre esa tensión entre sueño y realidad, Borges escribió en Otras inquisiciones (1952): “En Don Quijote hay dos hombres: el que lee novelas y el que las vive; Cervantes los reconcilió en un solo ser.” Para Borges, esta fusión explica por qué la novela es más que sátira: es el drama de todo ser humano entre lo que imagina y lo que enfrenta.

“Cervantes ha narrado la historia de un hombre que lee hasta perder el juicio y que cree ser los héroes de sus libros. Tal vez no haya aventura más significativa que la de este lector que se sabe parte de lo leído y que acaba siendo escrito por lo que lee. El Quijote nos muestra que toda lectura verdadera nos transforma; al soñarse caballero, Alonso Quijano se convierte en Don Quijote, y ese tránsito lo hace más real que su propia cordura.”
J. L. Borges en Magias parciales del Quijote (incluido en Otras inquisiciones, 1952)

Justicia sin resentimiento

El caballero conoce la injusticia en carne propia: es engañado, apaleado, estafado. Pero no convierte esa injusticia en resentimiento. Busca justicia, no venganza. El resentimiento convierte la herida en identidad; la justicia la convierte en ocasión de restaurar un orden más alto.

La frase cervantina lo resume: “La verdad adelgaza y no quiebra, y siempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua.” El hombre puede ser herido, pero si permanece fiel a la verdad, su dignidad no se quiebra. La víctima resentida se esclaviza a su dolor; el caballero justo lo trasciende.

El gobierno de uno mismo

Más allá de las aventuras externas, el gran proyecto del Quijote es interior: aprender a gobernarse a sí mismo. Ortega y Gasset lo interpretó así en Meditaciones del Quijote: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.” El hombre no puede escapar de su circunstancia, pero sí puede decidir cómo responder a ella.

El victimismo reduce al sujeto a producto de lo externo. Cervantes propone lo contrario: salvar la circunstancia mediante la acción libre y responsable. Gobernarse a sí mismo es el mayor triunfo del caballero.

Lecciones prácticas para hoy

  • Identidad interior: no dejar que otros definan quién eres.
  • Acción justa: hacer lo correcto, aunque no garantice éxito.
  • Humor y humildad: reírse de los propios fracasos para no vivir encadenado a ellos.
  • Fracaso fértil: transformar la derrota en aprendizaje.
  • Equilibrio: mantener el ideal quijotesco sin perder el realismo de Sancho.
  • Justicia superior: buscar el bien, no la venganza.
  • Gobierno interior: asumir responsabilidad en vez de delegarla a las circunstancias.

Don Quijote es mucho más que una sátira de los libros de caballería. Es una reflexión sobre lo humano frente al dolor y la injusticia. Cervantes muestra que, aunque la vida esté llena de molinos disfrazados de gigantes, el hombre puede vivir con libertad, humor y fidelidad a sus principios.

En tiempos donde el victimismo se convierte en identidad, Cervantes nos recuerda que la dignidad se ejerce en la acción, que la justicia vale más que el resentimiento y que incluso la derrota puede ser semilla de esperanza.

La enseñanza del caballero andante sigue siendo vigente: no vivir como prisioneros de la queja, sino como protagonistas de nuestra propia historia.


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